sábado, 9 de marzo de 2019

Berlin, Berlín


                                   
                                             ZWEI  ANSICHTEN  VON  BERLIN

 Preparación, selección, elección, proyección, información, documentación, presupuesto, realización, frustración, encuentro, enriquecimiento, experimentación, revisión, resoluciones, recuerdos, prevención, osadía, representación, descanso, cansancio, vivencia extra incluida en el lote del año cotidiano: el viaje occidental.

En Ítacas yendo

      Intuir las diferencias de las culturas y de las sociedades que se conforman según los mejores patrones posibles para la supervivencia tanto de la sociedad misma como de los individuos que la componen. Apropiarse, al menos de unos rasgos, de la diversidad de los modos de adaptación al medio  del ser humano. La manera de percibir el mundo se amplía y se enriquece, porque en el poema más bello escrito sobre el viaje ya lo dejó dicho Kavafis: en el viaje están todas las Ítacas. ¿Hay mejor metáfora para la muerte? Sin embargo no me engaño, cumplo con el rito anual de la salida del espacio habitual, respondo con displicencia a las pautas del consumo, aunque sea en el nivel más bajo. Hacer de turista supone sentirse en una situación de superioridad sobre los autóctonos en un mundo donde grandes masas de población se ven obligadas a la emigración y que parten del estatus inverso para lograr ganarse la vida en occidente. Usamos los servicios de la hostelería, visitamos los lugares sagrados y sacralizados por el cine, ejercemos de paseantes ostentosos, de mirones que aportan ingresos al PIB del país. Más allá del cumplimiento del rito, el viaje sólo me  satisface si me ayuda a comprender el significado de las Ítacas. En la vuelta a tu ciudad “la encuentras pobre, pero no te engaña”.
      En 1972  volví en autobús desde  Madrid  a la agrovilla de mi infancia, al pisar los adoquines de la “Alameda Cristina”, una plaza pueblerina de la Andalucía honda abierta al palacete de uno de los señoritos con más raigambre en aquel pueblo de jornaleros y bodegas. Me pareció más pequeña, reducida, casi una ciudad reducida por la que tenía ir con cuidado. Incluso la estatua erigida a mayor gloria del cacique me hizo reír por primera vez. La ciudad de la adolescencia me despedía con su aire aldeano, ya no me sentía de allí. Tampoco me engañó. Casi cuarenta años después he vivido algo parecido en mi ciudad elegida, en la última de sus plazas, un proyecto que, retrasado por años, se inauguró la pasada primavera. Con nombre de centro comercial y sin ahondar en el permanente desagüe de fondos públicos que ha supuesto para las arcas municipales, sus torres de celdillas colmeneras a lo grande, más conocidas como “las setas”, me parecieron pequeñas no en su tamaño sino en el afán de gloria del proyecto y de sus promotores, una maqueta testimonial de la megalomanía de unos años de vanidades, levantada sobre las ruinas de la ciudad de 1.200 años atrás, por cierto, mal vendidas en sus testimonios arqueológicos. Un intento logrado para poner a la ciudad del siglo XXI a la altura de los mejores ejemplos de engendros inútiles esparcidos por las grandes urbes del país, una muestra  de la vulgaridad en una arquitectura frívola que deja un endeble testimonio de un tiempo de burbujas desinfladas.
     En el momento de la salida me alejo de cualquier proyección, los oídos dispuestos, los ojos muy abiertos, las expectativas cortas, el ánimo alegre y frívolo,  tomo distancia de cualquier interés que vaya más allá de lo que pueda conocer en la superficie de las personas y de la ciudad. “Si el tiempo y el espacio van unidos...¡Uf!”, que escuché en la boca de un Einstein preadolescente y declamatorio hace poco tiempo. Viajar como intento de confusión de esos planos, o como simple asistencia a los hechos que corresponde cumplir anualmente, y sentirme único a sabiendas de la imposibilidad de esta premisa ¿qué tengo que contar que no haya sido dicho o escrito  ya? Dulces quimeras sin miradas petrificantes ni serpientes agresivas que me adormecen en la sala de embarque después de una noche inquieta a pesar del somnífero, cuando la realidad del resto de los meses se aleja y otras realidades se prestan a ser imaginadas en el placer de dejar el día habitual para llegar a otro lugar/día. Ventanilla, primera modesta alegría para avistar otra vez más la Depresión del Guadalquivir, Sierra Morena, La Mancha y sus Montecitos de Toledo. Lagunas como espejuelos de plata, embalses de rosa palo, verdes fluorescentes, platas viejas que se alzan brillantes en el pardo cuadriculado del secano, efectos de los rayos oblicuos del sol a través de las capas de cirros y de los cristales velados de las gafas, espejismo regalado. Ilina, una doctoranda colombiana a la que le ha subido el troley porque no podía con el bulto, le pide con una bonita sonrisa criolla que la ayude llamándole  secretario, sonrisas y espera en el pasillo abarrotado del airbús. Antes de pisar la terminal, han flirteado con sus  biografías sintetizadas y los aspectos profesionales de sus vidas. En menos de un cuarto de hora han intercambiado datos reales o supuestos de sí mismos. Al menos eran dos desconocidos llenando la soledad del viaje de palabras ligeras que partían de la presencia física del interlocutor. Los dispositivos electrónicos facilitan otras vías de intercambio más cómoda, a cambio perdemos el gusto por la oralidad viva. Pocos de los trescientos pasajeros han tenido alguna palabra con el vecino de asiento en estas granjas de gallinas en que se han convertido los grandes aviones y sus modos de atención a los clientes. Ella a Santa Fe, él a Berlín.

   Por su propio interés mantengan vigiladas sus pertenencias en todo momento.

     Con la sintaxis y los retruécanos ideados por los profesionales de la propaganda para tan amenazadora frase en 66 caracteres ¡cuántas lecturas! Lo peor es que aún dispondrían de 114 caracteres más para un pío-pío completo. Es parte de la banda sonora de la ceremonia del tránsito. Cada treinta minutos, intercaladas con otras más orientadoras hacia los intereses de los transeúntes, la megafonía intercala en los cuartos requerimientos de atención a los pasajeros que deben estar atentos a los paneles informativos, “porque no se avisan por megafonía los cambios que estos puedan tener...” De la función informativa del servicio a la  función  imperativa del lenguaje en 66 caracteres. Reconoceré la profesionalidad de los palabreros del orden después de escuchar por tercera vez la alocución de marras. Curioso modo de tensar el tiempo de viaje para que cada cual centre en el punto de llegada todo su interés. Hace más de cinco años viví las consecuencias de un atentado terrorista en esta terminal emblemática del país, vi como el veneno del premio final expresado en la meta se había inoculado con eficiencia en cada viajero, entendí que los hechos luctuosos causados por la irracionalidad eran percibidos como un estorbo hacia el objetivo, entendí entonces la importancia  del  yo viajero para mantener el negocio del turismo de masas. La meta, sólo la meta, el final, lo teleológico, el más allá siempre trasladado ahora desde el paraíso pos mortem hasta el lugar de vacaciones emplazado en cualquier punto cómodo del planeta, el parque temático humano es tenaz, la oferta del entretenimiento ha de adaptarse a los gustos recreados una y otra vez por la publicidad del transporte. El consumo de nuevas experiencias es una ascendente geométrica, ha de seguir ofreciendo escapadas del tiempo productivo, expectativas para llenar la insaciable necesidad de felicidad. El yo viajero del romanticismo envejeció muy pronto y dejó paso al individuo que tiene que escapar, desconectar, sentirse diferente, disfrutar de experiencias nuevas, probar nuevos platos, gozar de la horrorosa oferta de la llamada comida internacional, del fast-food global, ya sean pizzas, falafel, humus...Además ha de digerir con prisas el tiempo intermedio para dar un salto hasta el objetivo fijado. Recuerdo los empujones, las carreras, el vacío de quien huye para no vivir en el triste presente de la muerte caótica causada por un acto criminal en un no lugar como este al que vuelvo una y otra vez desde entonces. El transeúnte, por muy conectado que esté a las redes, ignora la realidad que ve. Esa realidad se hace más líquida, fluctúa en la corriente del ansia de dejar de ser lo que en ese momento es, allí, cuando llegue, será otro y navegará en las mismas virtualidades del lugar de partida. Espacios de paso, grandes nodos de rutas aéreas han impuesto sus pautas a las establecidas en las estaciones terrestre, puertos, lugares de paso frente a la estación de principios del siglo pasado en la que se magnificaba a la ciudad de llegada, más cercanas de las paradas de posta, cambiar de caballos, cambiar de avión, continuar, seguir deprisa hasta llegar. Sólo queda soñar con la Ruta 66, con la fotografía de una granjero delante de su finca apoyado en un cartel en el que se lee “We do not have a dinosaur” y por aquellas cintas del periodo dorado de Hollywood para dar el salto a los territorios de los sueños. Sabes que estás vigilado, vas de paso, estás en un lugar que nunca tendrá significado si no lo engarzas en una trama superior, la trayectoria. Aunque sea  un no lugar aséptico de acceso restringido, has de cumplir con todas las normas por tu seguridad, aunque no tengan sentido. En el aeropuerto de partida no he tenido dificultad para superar el control de las pertenencias ni el ejercido directamente despojado de los complementos. En el de tránsito sin embargo, me han cacheado, me han hecho descalzarme y me han pedido que ponga los zapatos sobre un monitor de explosivos para averiguar que nada en mí es peligroso ¿a qué tanta parafernalia? Quizás para conseguir la conformación absoluta según el orden, el parámetro atacado por el terrorismo para la mayor cimentación de un status quo cada vez más acuciado por la razón social, la única posible para organizar la convivencia. Es la metáfora de la total seguridad expuesta con relativa brutalidad en los mantras  de los mensajes de la megafonía: por su propio interés vigile sus pertenencias, permanezca atento a los monitores de información, si viaja a los Estados Unidos debe presentarse hora y media antes en la sala de embarque...

(Recuerde: está en tránsito, por un tiempo su seguridad es nuestra responsabilidad. Colabore en mantener el espejismo de nuestro proyecto).

      Vuelvo a la realidad del viaje en la correspondiente sala de embarque, después de una hora embebido en una novelita comprada ayer para el caso. También es muy útil si te toca estar encajonado tres horas en el estrecho asiento que da al pasillo de la aeronave, mientras esquivas el paso de los carrillos de venta en vuelo, puedes incluso identificarte con uno u otro personaje de la historia de degradación de una pareja  de treintañeros de clase media alta en la Zaragoza reciente. Lejos quedan los recuerdos de los días pasados en aquella ciudad anterior a las grandes obras que se levantaron para la última Exposición mundial. Los paseos por las calles angostas de El tubo, los vinos duros apurados en las tascas sucias del barrio, la contemplación admirada de la obra de Pablo Gargallo en su exposición permanente. Él apresó el aire en sus esculturas vaciadas hasta la esencia de la idea, yo quería atrapar entonces el ambiente del Hotel España, con su recepcionista manquicojo cargado de caspa, de años y de mugre; el olor del amoníaco del la habitación desvencijada en la que me hospedé se impone sobre la atmósfera cargada de la nave. Veo sus paredes de azulejos blancos desgastados y me asomo al ruinoso balcón que da a los tejados de Cesar Augusta; entra una corriente de aire caliente en una noche de agosto de finales de los ochenta, el ajoarriero del almuerzo y el áspero cariñena ayuda al sopor mientras el ventilador de aspas de la habitación no consigue refrescar la noche. El autor de la novela ha conseguido contar la experiencia del cierzo en los días de invierno y la confusión en la generación a la que se acerca en la primera década del tercer milenio. Algo aprehendí de la superstición religiosa en las explanadas de la basílica más horrorosa de la Península después de la Sagrada Familia. Antes fue el descubrimiento de la aridez de Las Bardenas reales, ahora pretendo apresar el espíritu amable de La Ciudad que pasearé  por segunda vez en el inmediato presente al que me acerco. ¿La diversidad de orígenes del pasaje se alumbra como preludio del cosmopolitismo de La Ciudad de Europa? La aeromoza de turno gesticula para cumplir con las medidas de seguridad sin recibir una mirada del público ya apoltronado  y sujeto. Es la representación más inútil entre los modos de la aviación comercial. Nadie le atiende, el tiempo de espera para el despegue se alarga, estos grandes pájaros preñados de humanos necesitan acoplar sus tiempos. Abajo se dibujan las superficies grises de la gran mancha urbana madrileña. Una luz cenital aborda el vientre del pájaro de metal a siete mil pies de la superficie terrestre. Cada viajero aprisionado en su estrecho asiento es como una gallina ponedora que incuba su plan de viaje picoteando los granos de maíz en sus adentros.


                                    Y escrivivir
                                     eternamente huido,
                                     siempre aire.

Sorry, Ich kann nicht Deutsch sprechen

     La primera vez que llegué a Berlín había partido desde el aeropuerto de Alvedro con el tiempo medido en minutos para embarcar en el vuelo internacional, correteé  por  la T-4 como liebre acosada por los podencos del tiempo. Sabía que nunca volvería a Galicia, sabía que la lluvia intensa que caía sería mi despedida para siempre de aquella tierra verde en la que dejaba el más triste de los recuerdos. Al fin, acodado a lado de la ventanilla podía dejar atrás las lágrimas y la consumación de una evidencia.  Ya en ruta, el cielo del ocaso me ofreció un espectáculo de nubes en ascensión por el tornasol al oeste. Abajo, en la llanura los lagos y las zonas verdes destacaban sobre la superficie parda de la gran urbe. Pronto estuve en su vientre, sentado en un asiento de un vagón anticuado del U-Bahn, de tapicerías gastadas y grafitti en cada rincón. Dejaba atrás estaciones de paredes  pálidas de años y azulejos agrietados al son de la música desconocida de su lengua. Salía de las tripas del subsuelo a Alexander Platz, abierta en zubias y pavimentaciones varias con el reto del primer acercamiento para coger un taxi hasta Warschauer Strasse. Me alojé en un hotel alternativo, con habitaciones reducidas y las musarañas más densas que había visto en mi vida en un antiguo edificio industrial de la extinta R.D.A. Una bandeja de jamón serrano como presente, pilsner ligeras y frecuentes alegraron la noche que acabó con el recitado de  versos de Gil de Biedma por mi parte y de Rainer M. Rilke en el muy digno alemán de mi anfitriona. En el patio desvencijado del hostal, la música de las palabras  nos ayudó a planear el primer acercamiento a la ciudad, aunque los paseos de algunas ratas de las cloacas recordaran la pobreza del distrito. El temprano amanecer a las cuatro de la madrugada me pilló intentando reubicar los muebles del cubil en el que me hospedaría para disponer de algo más de espacio, misión  imposible.
     Por primera vez recorría el largo lienzo de grafitti que queda como testimonio de la fractura de una urbe y de la derrota de una ideología. Pasé por sentimientos contradictorios entre lo que pudo suponer aquel mundo cerrado, las esperanzas levantadas en la población y la posterior realidad uniforme con la que nos castiga el siglo XXI. Dentro del espectáculo nacido de ese mundo roto, desde Branderburger Tor hasta el Check Point Charlie, los figurantes disfrazados de soldados soviéticos o aliados distraen a las masas de turistas inmortalizando sus remedos de viajeros por la Historia, siempre abarrotada de figuraciones esperpénticas.

Mañana en Volkspark Friedrichshain
 
     El día amaneció claro pero a media mañana el sol se fue haciendo más esquivo tras las nubes, es el verano en La Ciudad y el parque está ocupado desde muy temprano por los ciudadanos. Una ciudadanía que se siente en las sonrisas, que se ve en el cuidado medido y la atención a los niños, criaturas alegres, arriesgadas pero prudentes, saben del riesgo desde que dan los primeros pasos. Los niños aquí no lloran, ríen, sonríen, miran con curiosidad y no chantajean ni a mamá ni a papá. Un sentido del civismo que se ve el cuidado extremo de la vegetación, ni un papel, ni un envoltorio en la hierba. Algunos paseantes llevan ya de su mano una cerveza. En una pista de arena, unas jóvenes que responden al estereotipo germano de la belleza, altas y esbeltas, juegan un partido de vóley playa. A pocos metros, padres y niños trepan por los salientes de un rocódromo con muros agujereados, niños en los columpios de la zona de juegos infantiles, patinadores solitarios por los senderos de grava de esa gran vaguada verde. Torsos al sol intentando aprovechar los cada vez más fugaces rayos, lectores enfrascados en libros amarillentos tendidos en la hierba. La mejor forma de entrar a la primera mañana en la ciudad, disfrutar de un cigarrillo liado como hace la mayor parte de los fumadores y, apoyado en el tronco de un arce, escuchar a las cacatúas. He recogido la bicicleta prestada en uno de los patios cuadrados y cuidados que ofrecen a los vecinos la tranquilidad de la convivencia cercana. Teresa, una joven  embarazada a punto de parir, de rostro ovalado y mirada triste, me ha dejado la bici de su marido polaco, al que agradeceré unos días más tarde su gesto con una cena en la casa que me hospeda.
      Impregnarse después del olor dulzón de las hayas que flanquean la amplia avenida de Karl-Marx-Alle, hoy una muestra decadente de la equivocada grandeza arquitectónica socialista, por la que he disfrutado como un niño con una bicicleta nueva, es estar ya en el corazón del primer día berlinés.  Recibir el aire fresco en la cara por Danziger Strasse por el carril bici y por las grandes calzadas hasta el mercadillo de Mauer Park es sentirte menos extranjero. Achtung! para avisar a los que ocupan el carril-bici a falta de timbre, el recurso del idioma desconocido.Más de un kilómetro de tenderetes en una larga hilera de ofertas, comestibles de oriente y de occidente, panes turcos, tortas mexicanas, oscuros panes de la tierra,  prendas de segunda mano, vestiditos de diseño del vendedor, anticuallas de todas clases, relojes de leontinas oscuras, porcelanas de antes de las guerras, muestrario de despojos y de huidas, herramientas usadas, tijeras de costura, tornillos, limas gastadas, pocas marcas made in china, mercancía icónica del antiguo bloque comunista, gorros de piel rusos, cucharas oxidadas, artesanía en complementos originales, un coro de escuchantes rodean a un joven que ataca el bajo con voz dulce y melodías tristes, monedas sucias, billetes manoseados, antiguos ejemplares de las ediciones del Bloque,  sonrisas blancas, coros de jóvenes celebrando el domingo en la hierba, tiernas parejas de gays cogidas de la mano, miradas perdidas en los vendedores turcos, con media vida ya en La Ciudad, mostachos descuidados y semblantes ásperos. A más de cien metros, de una gran grada al aire libre que aprovecha la pendiente de una loma,  un sonido de pop populachero contrasta con el silencio de los asistentes a la ceremonia de los intercambios dominicales, ruido del karaoke a gritos, a tope de jóvenes turistas con ganas de diversión. El día de mercado permanece en el corazón de la urbe. Almuerzo en Endelsberg, un restaurante muy alemán, atendido por camareras con camisas bordadas y faldas negras, el cliente elige los platos en los expositores y después te lo llevan a la mesa, una berliner ayudará a una salchicha blanca poco hecha acompañada de  patatas en salsa y el tradicional apfel-cake de postre.  
      A dos manzanas del  Oberbaumbrücke  y casi a la espalda del Muro, en Helsingforser Str. un grupo de amigos pasa la tarde buscando la luz del verano. Sentados en sillas de plástico sacadas del jardín comunal del estricto bloque gris que tienen a sus espaldas. El botellín de cerveza en la acera y un tronchito va de mano en mano, mientras las palabras sobran. Llegan las presentaciones formales, se levantan uno a uno y ofrecen la mano con un ligero amago de posición firme e inclinación de cabeza. Rondan los cuarenta, dos de los tres hombres llevan siempre gorra, incluso permanecen con ella en el interior de la casa. Sophia  es una mujer entrada en carnes y con una melena negra entreverada de canas que participa de la cerveza de su pareja, Karl, con sorbitos ligeros de cuando en cuando. Me enteraré después que este hombre de ojos saltarines y humor suave trabaja con grupos de niños marginados. Frank, el único barbado del grupo, se dedica al transporte de enseres domésticos con una furgoneta desvencijada y habla un español sin acento que me permite algunas palabras en mi idioma sobre la tierra de origen. Pasamos al jardín porque las nubes amenazan descarga pronta. Tras un espeso seto, en la parte derecha una mesa baja de gruesos tablones es el centro del espacio pobre y acogedor. Una modesta sala al aire libre, un sofá de columpio ajado a un lado y una banqueta de troncos aserrados al otro completan el mobiliario. A su alrededor, macetas, cubos con botellas vacías, una carretilla, cubetas para el forraje, un amplio arriate a un palmo del suelo con flores de temporada, flores picantes comestibles y margaritas alegran los grises de los muros, los grafitti hasta la primera planta también aportan su colorido. Decadencia compartida con calma, con tiempos vecinales. Un jardín que habla por sí solo del cuidado que recibe como un lugar trabajado con cariño que facilita la vida al aire libre de la que tanto gustan en los climas fríos y oscuros del centro y norte de Europa. En la mitad izquierda me sorprende un espeso huertecillo urbano sombreado por un alto castaño con ciruelos, perales, manzanos y olor a tierra húmeda. De ahí saldrá un gato atigrado que pasa entre mis piernas con el consiguiente sobresalto. Casi embozado bajo la visera de su gorra yanqui y unas gafas de montura dorada, Peter enseña a sus amigos y vecinos unas planchas de diseño y fabricación propia para usos múltiples en la mesa. Se aplican todos a buscarles funciones a las plaquitas como si fuera la misión más importante, seriamente, distendidos, con calma. Peter vuelve a sacar ahora de su mochila una tortuga de felpa. Abre una cremallera de su vientre y extrae una tortuga más pequeña. Es una tortuga madre, risas de todos. La amenaza de lluvia se hace realidad y la tertulia continuará en la casa de Sophia y de Karl. Todos dejan los zapatos a la entrada. En la noche temprana el andar despacio de su gente es un reflejo de su desinhibición ante los demás, de su liberalidad para aceptar las diferencias. Los pisos bajos abren su principal habitación a la calle por ventanas grandes con puertas de doble apertura, persianas y sin rejas, la mayor parte sin cortinas. Entiendo más el sentido de lo religioso desde el orgullo del pueblo que empezó la reforma luterana, orgullo de ser tal cual cada uno es y mostrar su limpieza de intenciones, su no tener nada que esconder o ¿es doble apariencia? Calles de muros grafitteados, portales que no se pintan desde hace décadas, puertas vetustas de un color indefinible que  dan a aceras amplias en las que los bancos de los bares perpendiculean las miradas, en las que los veladores disponen de mantitas para que los clientes puedan disfrutar del frescor del tiempo, velen sus ansias de luz y aire y aspiren el humo de sus cigarrillos liados entre sorbos frecuentes a la botella. Calles de Friedrichshain, altas rubias de belleza fría, ojos enturbiados, tocados imposibles, combinaciones de prendas que a veces parecen concebidas expresamente para el desagrado, punkis de crestas nostálgicas y andar sereno, bebedores pausados, perros dóciles. La calle es el bien más preciado, el espacio deseado porque es de todos, porque sólo se puede disponer de ellas por unos días al año en el breve verano berlinés. El viaje se mete en mí, soy el viaje que no viajero, fruto de otro estar en otro lugar, en otro media, en otro clima, en otra lengua. En los otros, otro.

Jüdische  Museum   

      Después de salir del museo nos resguardamos de la lluvia en uno de tantos soportales con una berliner en mano y la conciencia alterada por la experiencia contradictoria vivida en su interior. Todo el lobby por antonomasia ha aplicado en este edificio su inyección de oro y de ideas y sin duda que su arquitecto, Daniel Libeskind, ha sabido aprovechar la violencia de sus ángulos y la fuerza icónica de la Estrella de David para llegar con certeza al campo de las emociones. Inaugurado en 2001, ya es una referencia imprescindible en las guías de viaje. El recorrido por sus galerías, identificadas perspicazmente  con ejes que van desde el exterminio a la continuidad, introyecta en el visitante la sensación del despojo y la gravedad del Holocausto. En sus esquinas tajadas sobre un jardín de planos inclinados puede vivirse la alucinación del terror aplicado de modo sistemático por unos seres humanos sobre otros. Por unos euros puedes rememorar el miedo íntimo del hombre ante la muerte, especialmente en la sala a oscuras de la llamada Torre del Holocausto. Lo demás, propaganda sionista del Estado de Israel en una conseguida construcción laberíntica y claustrofóbica para mostrar la grandeza del autodenominado pueblo elegido. Lejos quedaban ya para mí otros círculos íntimos del dolor abandonados en la ensenada del Orzán, días atrás. Las cúpulas azules de la Frankfurter Tor  que veía en las altas madrugadas sentado en el alféizar de la ventana del estrecho aposento del Odyssee Crew fueron un bálsamo suave aplicado a la herida del recuerdo.  

 Ein Bier, bitte!

    ¿Qué beberán los habitantes de una ciudad en la que el agua del grifo es imbebible por su cantidad de cal y la embotellada tiene un precio más alto que la cerveza? La respuesta es evidente, la cerveza es la bebida por antonomasia. En este distrito al menos, los vecinos parecen tener un apéndice especializado en llevar la Pfand casi con dos dedos mientras pasean o van a sus asuntos, casi a cualquier hora del día, como los norteamericanos portan su aséptica botellita de agua, o los griegos juegan sus koloboi sempiternos entre los dedos. En las tiendas de bebida, tabaco y alimentación, puedes encontrar una oferta de lo más variada, desde el lúpulo al  trigo fermentado, dulces o ácidas, las cervezas guardadas en cámaras a temperatura media atraen la curiosidad a precio muy asequible. El dependiente oriental, el turco o el sudamericano asumen con distancia esta beneficiosa afición universal de los europeos. Estas tiendas, getränke laden, regidas por inmigrantes, son una muestra de integración real en una sociedad que busca soluciones para mejorar la convivencia en tiempos cada vez más difíciles. Sin embargo, a pocos días del atentado de un ultra derechista islamófobo  en Noruega que ha acabado con la vida de 77 personas, he visto una pintada en Rigaerstrasse, cercana a la Frankfurter Tor, una zona que hasta hace poco fue un emblema para los punkis y okupas.  Una frase escrita en rojo sobre el cartel de S.O.S de una ONG para pedir ayuda en la lucha contra el hambre en África que me hace pensar:Oslo? Ich find es gut
     El huevo de la serpiente sigue incubándose. Quizás como una práctica exorcista frente a su desarrollo, los jóvenes reivindican patrones estéticos del cabaret de las traumáticas décadas del siglo pasado, tisús, medias caladas, sombreritos multicolores, gasas, espejuelos...que ellas adoptan como prendas habituales, como anuncio de la fiesta permanente que reivindican frente a la atrocidad que se vivió en estas mismas calles más de sesenta años atrás.
     La mayor parte de los antiguos edificios industriales del Este que aún no ha caído bajo la grúa de la especulación son en el presente usados como centros sociales, bares, talleres, escuelas deportivas, modestos estudios de grabación, reducidas salas para conciertos y toda una red de servicios comunales, puestos en marcha por los herederos de la destrozada utopía, aquellos jóvenes que demolieron el muro y  hoy son supervivientes que no han sabido adaptarse a las normas del capital. Hombres y mujeres avejentados que llevan a sus espaldas la conciencia de un origen diferente, la insatisfacción permanente de quien ha vivido un sistema represor y mantiene los tic de entonces, la conformidad con la subvención de un estado que sigue siendo lo más parecido al Estado del bienestar en Europa. En ellos el alcohol y otras drogas han hecho mella, veo en sus miradas turbias la huella de los excesos en los rostros demacrados, en la delgadez de sus miembros y en la actitud de emboscamiento con el que manifiestan su estar.
     Una amplia tipología de la derrota se manifiesta en los habituales de estos centros sociales. Con uno de ellos, por circunstancias que no vienen al caso, quedé emplazado para hablar de su proyecto, parece ser que quien no tiene un proyecto a realizar no es nadie en este mundillo de conspiración antisistema desde el corazón de la marginalia. Nick se acerca a los cincuenta aunque según las circunstancias parece que adelanta o atrasa su edad real. Dice ser de origen suizo aunque se considera apátrida y nacido en una familia burguesa con la que cortó cualquier relación hace años. Dice haber viajado por todo el mundo por un tiempo en que fue auxiliar de vuelo en una compañía aérea y ha decidido que pasará sus últimos días en Cádiz. Dice tener un proyecto en la vida ¿qué seríamos sin un proyecto?: impedir que se construya el segundo puente que bautizado como “La Pepa” cuya inauguración está prevista para 2012 sería. Vivió en esa Bahía durante cuatro años trabajando de camarero en el chiringuito de La Caleta, allí conoció a una mujer con la que aprendió el idioma y con la que hoy no tiene relación. Despliega sus argumentos en un español muy correcto, tiene una elaborada hipótesis sobre los intereses de un núcleo determinado del poder político andaluz para conseguir hacer de Sevilla un centro de distribución de mercancías  hacia el norte de Europa con un gran puerto para el siglo XXI, aunque de llevarse a cabo supondría aumentar el calado del Guadalquivir, con lo que quedarían muy perjudicados tanto los arrozales como el ecosistema de Doñana. - A su vez- insiste Nick, ya elevado en su ardor por el conocimiento de mi tierra, la construcción del segundo puente se quiere hacer para que los que mandan en Cádiz sigan manteniendo sus mansiones en Vistahermosa y puedan acudir al trabajo en sus coches, Cádiz quedaría como una ciudad de funcionarios. El puerto debería estar en la Bahía, en el muelle de La cabezuela con vías terrestre adecuadas para el transporte de mercancías, que completaría con un trazado nuevo del tren...Y su amor por esa Cádiz lo lleva a querer recuperar la casa de Pemán para hacerla un centro social sobre la historia del movimiento obrero andaluz, casi una nueva desamortización ideológica, una cataratas de ideas esgrimidas desde una superioridad ancestral de calvinista sobre el pueblo católico e ignorante del sur necesitado de la luz del progreso. Para conseguir paralizar al puente de la Pepa, dice que va a enviar informes a La Comisión de Medio-ambiente de  la UE para que se revise la política del reparto de fondos comunitarios ante tal desastre, al Congreso de los Diputados de España, al Defensor del Pueblo...Me pide que lea su trabajo para que opine sobre él, se manifiesta con dudas, tenía una página web pero la cerró por amenazas, quedaremos otro día para ver el texto. Hasta ahí, una experiencia de viaje más. Olvidé la abrumadora verborrea y la innegable carga de datos ciertos, acertados y erróneos con los que me había ametrallado el suizo, con unas cervezas en el Artliner, actuaba un trío de músicos que hacían country, más o menos. El coro de perpetuos del pub permanecía acodado en el mismo lugar de la barra que dos años atrás, cinco amigos habituales, cinco bebedores profundos, más de cinco años siendo servidos por la misma camarera, corpulenta y seria. Seguro que no pagarán precios extras por la consumición, aunque haya espectáculo. Aparece en el mismo local la misma mujer que apareció dos años atrás, con sus labios tintados de rojo sangre, su tez pálida lustrada con una espesa capa de maquillaje, con  su pitillera de nácar y sus movimientos lánguidos hasta dejarse caer con parsimonia en uno de los rincones más barroquizantes del local. Aún mantiene la mirada voraz que capté entonces. Para la segunda cita de trabajo, nuestro amigo requería tiempo, supuestamente tendría que estar presente mientras yo leyera su trabajo. Sigo siendo un ingenuo, Nick tenía la sombra del perseguido por su propia paranoia, tardé en verla. En el momento de trasvasar el texto, dice que no, que no puede confiar en mí si no dispongo más que de unas horas para dedicárselas a su trabajo. Me pidió mi cuenta de correo antes de marcharse. Días después nos saludamos en el R.A.W. en una tarde al sol del poniente. Con una cerveza en la mano, a juzgar por sus maneras oratorias y por la atención que le prestaban, ejercía de pope discurseando a dos chicas y un chico suizos a los que había conocido unas horas antes. Les hablaba de su proyecto, de sus conocimientos musicales, de su faceta de guitarrista, una de las muchachas lo miraba embelesada. - Esto es Berlín- dejó caer en su parlamento. Como un reyezuelo del cine mudo, melenudo y saltarín, dejó la terraza seguido por los jóvenes saltimbanquis suizos. Mundo de proyectos al sol de la tarde. -Estamos en contacto- fue su despedida. Fue el Caso Cádiz, con el que me topé en el bajo derecha del número 16 de Simon Dacht Strasse en una tarde lluviosa y del que salí en otra tarde soleada recostado en la ajada fachada de Die Küste, en esta playa que ni siquiera se sueña bajo los adoquines ¿Conexiones globales del planeta o intercambios de irrealidades entre soñadores?

Pergamonaltar

      El templo de Pérgamo en la Isla de los museos, es una “visita obligada” en los paquetes completos. ¿Cómo no acercarse a este altar helenístico encapsulado en una gran mole neoclásica? Siglo II a. de C, siglo XX, tiempos imbricados en crisis de civilizaciones. Una apología del expolio de la que puedes disfrutar si no te planteas la barbarie cometida por las civilizaciones depredadoras sobre los pueblos pobres que levantaron las primeras culturas. Recuerdo el traslado del Obelisco de Egipto a Francia por Bonaparte y los robos que han acompañado desde entonces a los colonizadores pero no puedo olvidarme de la aportación de Champollion cuando descifró los textos de la Piedra de Rosetta que también llegó hasta él desde la expedición napoleónica. La Piedra, después de todo, es un bien mueble equiparable a la escultura, una porción de materia extraída de la naturaleza para contener un mensaje ex profeso. Saberte ante una obra desarraigada, prostituida en su significado completo, robada, es una experiencia dura. No dejas de ver sus escalinatas y columnas como una impostura en el afán del traslado imposible del significado de estas grandes muestras en el contexto de su territorio y de su tiempo.  Demasiada  entrega litúrgica a la exposición de las culturas del pasado. Pero nada te impide extasiarte ante la Puerta de Ichtar cuando sabes que hace poco, muy poco en el tiempo histórico, carros blindados destrozaban las calzadas de Babilonia y soldados del actual imperio destrozaban y robaban una vez más las riquezas de los museos de Bagdad. Los relieves de guerreros asirios, los majestuosos leones sometidos al dios Ashur en su trono, protegido para siempre de la erosión del aire y del tiempo. Dilemas entre la destrucción o la apropiación indebida. Casi te sientes figura de un pictograma en la reconstrucción a medias de la Puerta romana del mercado de Mileto.  Tiempo después, sentado en los atardeceres  de otro verano mediterráneo en un banco de la via Impero frente a la Porta Romana de Firenze, entendería que la belleza necesita su propia siembra; los edificios pierden su sentido trasladados, expuestos sin más función que la de ser vistos se transmutan en banales decorados. Nada puede decir el Frontón del palacio de Mahatta, acarreado aquí desde las tierras jordanas de 1.200 años, ni la completa reconstrucción de la habitación de Alepo, ni siquiera los minhares de una religión que nació en tribus nómadas adquieren entidad por sí mismos, casi pobres pastiches. Mas la publicidad avanza hasta organizar extrañas coyundas y ahondar en lo que llaman el diálogo entre las obras de arte. Maneras de vender. Esculturas clásicas y tallas caribeñas, entretenimientos interculturales para el mercado de masas acomplejadas ante tamañas grandezas. Las lágrimas que se te escapaban en un frío uno de enero frente al Partenón bajo su andamiaje perpetuo, anclado en las tripas de la Acrópolis, es difícil que vuelvan a llegar, como las golondrinas de Bécquer, no volverán.   

Afanes de tardes

    En una ciudad líquida se acumulan los afanes de tardes de sol, por ser estas huidizas y breves, y  los berlineses las apuran hasta el último rayo. Las oscuras tardes del invierno son muy largas y en Görlitzer Park, modesta extensión verde si se compara con las inmensas manchas de vegetación que caracterizan a la ciudad,  pero muy adoptado por el vecindario dispar de Kreuzber, en torno a su gran vaguada central el paisanaje es diverso, un muestrario de maneras de vivir diferentes, de modos de vestir, de buscar la propia imagen fuera de los patrones al uso o de seguir las tendencias estéticas marginales al mercado de la moda, en un mundo en el que las tendencias se deciden en Occidente y las prendas se fabrican en Oriente. Cabezas rapadas, con moños, con rastas, chicas con cortes de pelo de inverosímiles asimetrías, prendas talares de las mujeres turcas, sudaderas con capuchas en casi todos los jóvenes, paseantes de la tarde berlinesa. Una numerosa familia turca en la que se unen tres generaciones celebra la luz en torno a una humeante barbacoa (prohibidas dicen) inundando de olor a fritanga los alrededores, críos que escapan a la tutela de las madres, gritos de atención de estas mujeres de las que me pregunto cómo vivirán bajo la autoridad patriarcal en una sociedad abierta los nuevos roles de su sexo, mientras una música machacona a mis oídos me distrae de las respuestas. En una lomita cercana,  un grupo de adolescentes en minifalda se arrepanchigan sobre la hierba pasándose con parsimonia un cigarrillo de hierba al que dan largas caladas sin ostentación ni miedo. Parques, cementerios y mercadillos, lugares públicos para entender el pasado y el presente de las ciudades, la vivencia de la muerte, la satisfacción de las necesidades básicas y el  uso del ocio, coordenadas de acercamiento a otras realidades.
    Es martes, día del mercado turco. Alguna cafetería modesta abre su terraza estrecha hacia el lecho de agua gris del Landwehrkanal a lo largo de Paul Linke Ufer. Mesitas reducidas entre geranios y buganvillas para disfrutar de un café casi entre dos mundos o entre dos realidades en simbiosis. Una es la del espectáculo occidental, la del recital de música “new age”  que ofrecen una arpista de piel casi translúcida y un joven con gong y violín, la de un público sentado en la acera que  se deja llevar por sus notas lisérgicas, la del par de contorsionistas que ofrecen un espectáculo de clown de tierno humor blanco. Otra es la de las ancianas turcas con sus miradas huidizas, con su remoto pasado en Anatolia abotonado en la memoria, parapetadas en sus largas gabardinas, buscando los precios más bajos en la amplia oferta de verduras y frutas, la del coreano que no ha dejado un hueco en la piel que enseña sin tatuaje, la del argentino que vocea melodiosamente sus repujados en piel bovina. Y uniendo ambas, las voces, las pregonadas cancionetas mediterráneas sobre la bondad de los productos. Especias de todo el globo, con ellas empezó la globalización, quioscos de comida rápida, en los que no faltan las salchichas, los falafel, las pizzas, las tortitas de maíz mexicanas, los batidos de mango y de papaya, los ramilletes de hierbas aromáticas, el perejil, la  hierbabuena, el laurel, el hinojo, los yunakami que fríen expertas manos japonesas, el pan de centeno, de maíz, de sésamo, con almendras, con nueces...olores penetrantes, algún pescado fresco y caro en estas tierras de interior. Una cara más de esta ciudad bipolar en la que me encuentro tan a gusto. A la vuelta, con flores en la mochila, al cruzar el Oberbaumbrücke, bajo de la bici para ver desde sus arcos neogóticos las dos siluetas de la reconciliación, que más que al abrazo me parece que se disponen al combate, orgullosas sobre el cauce del Spree, espero equivocarme, en este suelo hubo demasiado sufrimiento.

Hacer colas y mirar cuadros

   Una joven y su padre  guardan más de una hora de cola para visitar el recién intervenido Reichstag. La cúpula de Norman Foster es la meta de la mañana, subir a ella, seguir el itinerario señalado, someterse a las medidas de seguridad, asomarse al mirador,  cumplir otra de las estaciones obligadas del turista en ese viacrucis suave de las visitas programadas, con largas jornadas tempraneras que suelen terminar en una  íntima frustración por no haber visto todo lo que se ha planeado, por tener pendiente la compra de recuerdos para la familia o los amigos. Mientras esperan, sacan de las mochilas un sándwich y una cerveza. La chica hace saltar la chapa del botellín con un mechero en palanca en un pis-plas. Debe haber abierto miles de botellas en su vida. Mastican con ganas y dan sorbos cortos mientras se cobijan bajo un paraguas de la lluvia que una vez más veranea por aquí. “DEM DEUTSCHEM VOLKE” en el frontispicio del remozado parlamento en el que se libró la última batalla de la Segunda Guerra Mundial, como una proclama de afirmación ilustrada sobre la soberanía de un pueblo. Padre e hija bromean con la frase lapidaria, son alemanes y acarrean su carga de culpa con el pasado, para él es un acto íntimo de alegría, para ella una obligación impuesta.
     Nuestra pareja toma el tram hasta Potsdamer Platz, ese gran expositor de la arquitectura del espectáculo y de los momentos de esplendor de las grandes multinacionales. No se detienen sin embargo para contemplar las ostentosas construcciones, pasarán la tarde en el Kulturforum que contiene una de las mejores colecciones de pintura desde  la Edad Media hasta el siglo XVIII. Además pueden gozar sin prisas de la pinacoteca porque no es lugar elegido para los paquetes turísticos. Se detienen  ante las tablas medievales de Holbein y Cranach, pasan del infierno de la peste europea del siglo XIV a la equilibrada belleza de las madonas sin olvidar los interiores burgueses de la pintura flamenca o las fiestas populares donde la alegría y la miseria conviven en los lienzos. Van desde la mitología cristiana hasta los mitos griegos, del Rapto de Europa de Rubens a la línea genial del dibujo en Dürer. El padre no deja de dar explicaciones a su hija ante la elegante frialdad de los primeros paisajistas ingleses, ante las muestras del rococó francés o la Venecia detallista del Canaleto. Casi entra en éxtasis ante la perfección de la Venus de Botticelli. La chica desea íntimamente que acabe la perorata de su viejo, harta de tanto canto a la belleza. Dejaron el museo a pocos minutos del cierre. 

Llovía sobre Berlín

     Ha amanecido lluvioso y gris para el adiós después de la noche más cálida que haya tenido en mi estadía, con una cena digna en Smitt, restaurante de cocina alemana escueta  y asequible, en una esquina de Boxi .¿Cómo no tomar un gulash y brindar con un burdeos con la anfitriona con la que tantos paraguas abandonados he recogido para reciclar sus telas? El adiós tradicionalmente relacionado con el idioma el Auf wiedersehen con el que identificábamos a los alemanes en las películas bélicas de la infancia ha caído en desuso. Se impone el más cercano y coloquial Tschuss a modo de despedida que prefiero para despedirme de La Ciudad. Sólo lo he oído en una canción que entonaba un viejo centenario en la corta travesía por el lago Wansee en una mañana nublada hacia la zona residencial de Kladow, una de tantas urbanizaciones privilegiadas con chalés de altos tejados a dos aguas y espaciosos jardines donde los jubilados de las clases medias altas estiran sus días, mientras degustan a sorbos cortos una Kristal Weise en las terrazas frente al embarcadero. El cantante por horas acompañaba sus gorgoritos con las notas de un acordeón que exprimía con esfuerzo. Embutido en el traje típico y cubierto con un tocado de brujo adornado con flores de plástico ofrecía al pasaje una canción al empezar el trayecto y otra antes de atracar. Su boca desdentada no dejaba de sonreír, como reían sus ojillos de pupilas casi translúcidas en el clímax de la exaltación artística sin el más mínimo sentido del ridículo. Cuánto dolor se escondía en sus risas.   

Terminal desk

     A media mañana el airbús ha aterrizado en la T- 4 de Barajas. Dispongo de más de cuatro horas para usar este escritorio como rampa de adaptación suave al regreso. Los precios a pagar por el alquiler son muy caros, el segundo desayuno del día y el breve almuerzo exigen una disposición mental alerta para no caer en la hipoglucemia por restricción de las magras finanzas de uno. En este no-lugar de amplios ventanales y una larga serie de pilares  que se levantan hacia la cubierta como crucifijos templarios, la luz, matizada por las claraboyas se esparce sinuosamente entre las líneas ondinas, crea un espacio irreal en torno a un eje simétrico por el que camina gente con prisas, con agobios, con alguna ilusión a veces, en permanente dependencia de los apéndices electrónicos. Pero el precio simbólico por la permanencia aquí es más alto. Si cruzas el umbral hacia el exterior ya no puedes volver a entrar, sólo saldrás en su momento a través de los largos túneles que han dado en llamar fingers, a través de los cuales entras al vientre de los aviones que te transportarán a otros no-lugares paras transeúntes. En este gran estudio la asepsia social es extrema y has de cumplir con las condiciones exigidas para conseguir tu objetivo, salir cuanto antes de allí. Acunado una vez más por la salmodia de la seguridad, me dejo llevar por el espejismo del nuevo Madrid, por su ski line en el que las últimas torres levantan su memorial de desequilibrios urbanos salpicados de ínfulas de grandeza y cimentados en la burbuja del suelo. Es una panorámica de cine, es decir, un plano que jamás será tratado por la industria del raquítico cine español. Eso sí, los empleados de la limpieza son eficientes y las visitas no me buscan a mí, van de paso, están en tránsito, su viaje es la única meta, no me interrumpen el trabajo. A ojo de buen cubero, calculo que entre la expresión estresada y la de puro trabajo se mueven el 90% de las expresiones de los pasantes. No molestan, los pasillos son amplios y las líneas del guión son muy fáciles, todos las incluyen sin dificultad en la performance del viaje anual. Un hombre gordito ataviado con bermudas y camiseta pasa corriendo en un sentido y más tarde en el contrario, sudoroso a pesar de la climatización de este estudio parece que va a exhalar el último suspiro en el esfuerzo, me reconozco en ese tipo antes de haber aprendido a aprovechar las ventajas de esta catedral lineal consagrada al sacrosanto desplazamiento de masas, cuyos altares laterales abren las puertas al cielo y ante los que se disponen los fieles para dar el salto hacia los destinos.
      Me impongo un descanso para ponerme al día de lo que cuentan que ha ocurrido en el mundo en los últimos días. El endeudamiento de los EE.UU. Parece no encontrar vías de acuerdo entre demócratas y republicanos, o recortes sociales o más impuestos. China se asoma cada vez con más ímpetu al balcón del poder planetario. En el decadente imperialismo yanqui soplan los vientos duros del Tea Party. Logro informarme de los detalles y motivos esgrimidos por el terrorista noruego para cometer la matanza de 77 personas en una de las sociedades más estables del continente. La pintada que vi en Rigaerstrasse martillea en mi conciencia como un mal augurio. Sin embargo, ayer en el S-Bahn hacia Warschauer una pandilla de adolescentes hacía las gamberradas propias de la edad, molestaban a los adultos, jugaban peligrosamente con el cierre automático de las puertas o se besuqueaban con la avidez del deseo recién llegado. Todos llevaban teléfonos de última generación, dos chicos eran negros, tres blancos, una chica rubia, otra latina y otros dos árabes. Todos berlineses. Un hombre maduro entrado en carnes les llamó la atención por su conducta y todos cambiaron de actitud. Un hecho banal que después de la masacre del nórdico me da esperanzas a pesar de todo.


                                                                                          Sevilla, 11 de septiembre de 2011

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