Jaén en sus benditos olivos. Equilibrio del hombre con el medio, en el
trabajo de siglos para el oro verde, los frutos de un esfuerzo lento y de un
carácter tenaz y terco. A partir de la estación de autobuses de Linares, la
diversidad de los pasajeros, una población inmigrante de nigerianos, magrebíes,
peruanos, espera y transita en busca de la supervivencia. Por esas lomas,
peinadas de líneos verdes, anduvo en un mes de agosto de treinta y cinco años
atrás. Pasado y presente sobre esta tierra jiennense. El paisanaje ha cambiado,
el paisaje se mantiene.
Cerros de olivares y montes azules en luminosas mañanas. Cumbres con
nieve a manchones emergiendo de un mar de niebla, sorpresa desde la callejuela
que fue postigo de muralla al abrirse a las lomas que alfombran a Sierra
Mágina, amplitud de un horizonte quebrado por los picos. Ensoñación al
mediodía. Desde el Paseo de Antonio Machado en Baeza, una mañana de enero,
desde la Puerta de Granada en Úbeda, en la tarde primera de pacífico acercamiento.
Sustancial cambio al estado de viaje. Placer sereno de vivir e imaginar,
proyectarse en el horizonte para ser otro.
El Juancaballos, en la portada de de la Sacra Capilla del Salvador, como
un guiño del escultor a la entonces recién descubierta Antigüedad, en el
amoroso abrazo, en la entrega sumisa del vencido, la lucha de Heracles contra el Centauro, una
línea más del relato del Renacimiento, que se revela a la mirada tranquila
sobre el teatro de la piedra. Su cara adversa, la despiadada figura del
Santiago Matamoros muestra el venero rancio de la unión de la espada y de la
cruz que con la Contrarreforma se impondría un siglo después. Paseo último por la plaza insignia de Andrés de Vandelvira.
Sevilla, enero de 2015
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