sábado, 9 de marzo de 2019

Un jardín en el Atlántico



                       DE LA ISLA VERDE   Y DE ALGUNOS CONTRATIEMPOS
                                                                               
                                          ...que acoge el fin del mundo y las palabras
                                                                                   Raúl Brandao
    
      El archipiélago de Las Azores es la meta, mas la disponibilidad de fondos solo hará posible la visita a su isla más extensa, Sao Miguel, la isla verde, en la que se encuentra la capital de la región autónoma  portuguesa, Ponta Delgada, ubicada en una bahía de la costa sur que no llega a los setenta mil habitantes. Esa ciudad, de calles silenciosas, de acerados con mosaicos de naves, estrellas de mar y anclas, de grecas de teselas de basalto negro, de plazoletas con parterres y hortensias cuidadas con mimo, será el centro de la estancia. Una ciudad provinciana que solo desde unas décadas atrás recibe  a un turismo europeo de la tercera edad y que aún no ha perdido del todo el signo de su aislamiento. Su hijo más ilustre, el poeta romántico y prudhoniano  Antero de Quental se descerrajó dos tiros en la boca sentado en un banco anejo al muro del convento de la Esperanza que aún se conserva, marcado por la escueta silueta azul de un ancla pintada en la parte alta del muro blanco del oratorio. Hasta tres bustos, una placita y una avenida principal le dedica la ciudad. No dejarás de visitar el lugar desde el que se despidió el micaelense progresista. Un oscuro motivo para añadir al acercamiento a las míticas “Islas Azui” citadas en pergaminos medievales. Envueltas en brumas sus cumbres, escondidos sus verdes, tierras de imposibles azores y de improbables milanos, tierras  del fin del mundo pequeño del primer milenio para visitar en el tercero.
     Dos semanas antes de la partida el afán de recogida de datos se acentúa. La preparación del viaje es parte ya del mismo, el buscar información, hacerse con una guía,  ojear páginas y páginas en la red sobre el archipiélago y sobre la isla, sobre su gastronomía, los platos tradicionales, los productos desconocidos como el inhame, batata de origen africano cultivada en la zona de Furnas, la preparación del bife regional, los vinos azorianos, curiosidades para el paladar, interés por nuevas psicogeografías, su economía, la historia, la situación política, las tradiciones, las creencias... todo es válido para conformar un corpus previo para contrastarlo después con la realidad que, inaprensible y fugitiva, solo apreciará en una mínima porción. Lo sabe, pero la ilusión por el acercamiento a lo desconocido posible sigue siendo un fuerte impulso para aceptar y vivir el rito del viaje. Un paseo virtual por los lugares imprescindibles del destino para suponerte allí. En el Lagoa do Fogo, en el Lago azul y el Lago verde, para aprender, para poder contar el origen mítico del color de sus aguas engendradas por el llanto de la princesa Antilia, de ojos azules, y por las de su pastor amante de ojos verdes, en el último encuentro de despedida ante sus forzados esponsales regios. Y en el proceso de búsqueda de referencias literarias emana del magma difuso de sus volcanes, La dama de Porto Pim, conjunto de textos de Antonio Tabucchi en el horizonte literado. Al poco te haces con un ejemplar que lees con la avidez del sediento y que disfrutas en tu banco preferido frente al estanque mayor del parque sevillano, entorno cotidiano de tus veranos en una mañana para componer haikus en un instante de frescura y vida.
     A una semana de la partida, te comunican desde la agencia de viajes que el vuelo se ha anulado sin dar explicaciones. “Nunca la empresa en cuestión había fallado en más de veinte años” te dice la azorada joven que según sus palabras “envejece cada verano” por el estrés consecuente de tan ingrata labor.
    Las Azores, de momento, se alejan.
    La industria del turismo de masas, aunque sea una redundancia, empieza a romperse en sus costuras, demasiada avaricia en las ganancias para transportar a gente de acá para allá, en aviones  cada vez más sobreexplotados con el ardid de la exposición de lo local imposible en este tiempo homogeneizado como nunca antes se dio. Se imponen nuevas gestiones para conseguir hacer el viaje, aun abusando del exceso  de horario  de la amable joven a la que le ha caído ese marrón. La  quimera del descubrimiento se esnafra en una noche de viernes estíado.
    Tomaremos un autobús hasta Lisboa y al día siguiente en la noche volaremos desde su aeropuerto hasta Ponta Delgada en una de las compañías más desprestigiadas dentro del desolador panorama del transporte aéreo, de las llamadas de bajo coste y conocida por los altos niveles de indignación de sus usuarios. Sin embargo, el objetivo se mantiene. La ciudad blanca se incorpora así al proyecto. Pasear un día por La Baixa, por Alfama o el Barrio Alto  y respirar el aire de Olisipo cuatro años después no es precisamente un castigo. Mi última visita fue a solas, ahora vuelvo con la mejor compañía. Llegar a Sao Miguel en la madrugada nos impedirá ver desde el cielo la isla pero nos habrá permitido disfrutar de una jornada lisboeta y patear por sus aceras empedradas y ondulantes.
                                .........................................................

El autobús cubre la línea Málaga-Oporto con un solo conductor. Más de la mitad del pasaje son orientales. Monotonía de aire acondicionado y musiquilla de consumo de fondo. El viaje toma realidad, al fin en marcha. Más de 37º en el exterior. Primera parada en la estación de Huelva, sucia y descuidada, en Tavira, esa Marbella portuguesa frustrada que quiso ser la  Albufeira y que ha quedado en una gran urbanización modesta para alquileres de turistas con poco recursos y en una estación de servicio a dos horas y media de la capital. De las suaves ondulaciones del sur al paisaje de dehesas del Alentejo hasta entrar a Lisboa por el Puente 25 de abril en una tarde dorada con la luz lisboeta en sus ojos.
El hotel, junto a Marqués de Pombal en la avenida da Liberdade, no es más que un establecimiento concebido para el alojamiento masivo, aséptico, pulcro, vulgar. En la noche lisboeta, la presencia de  marginados ha crecido, dormidos sobre los bancos, enterrados en harapos, despojos y  testimonio de una sociedad desequilibrada. A la vuelta a la habitación nos enteramos de un grave atentado en  Niza durante la celebración del 14 de julio que alcanzó más de ochenta víctimas en el país galo. Como en el anterior viaje a Florencia en la pasada primavera, otra masacre nos recuerda la imprevisibilidad del horror en la cotidianeidad  global. Primera noche inquieta, acosada por el ruido del tráfico de la avenida y por las imágenes de la masacre que seguirán incidiendo en las mesas del “pequenho almorço” en el atestado restaurante del establecimiento hostelero.
      El disfrute de la cocina portuguesa en la Casa do Alentejo nos repone de la larga caminata desde las puertas de la ciudad, dos columnas inmersas en las aguas del estuario que culminan la simbología masónica de  la espectacular Praça do Comèrcio  y el recuerdo de Pessoa al pasar por el restaurante Martinho da Arcada en el que tantos tragos y versos trasegó el poeta de tantas miradas heterónimas, hasta las callejuelas del barrio de Alfama en un proceso de mejora paulatino evidente. Sus habitantes viven hacinados en viviendas pequeñas y alguna casi en ruinas aún ante las que deambulan grupos de turistas para cumplir el rito de la foto impertinente y suponer acaso el imposible conocimiento de una realidad fugitiva de la pobreza hoy y de la absoluta marginación ayer. El local, elegido por recomendación amiga, es una muestra del alma sosegada y triste de la cultura lusitana en torno a un patio cuadrangular, con arcadas de medio punto y cuidadas palmeras de macetas, inundado por la luz única de esta ciudad. En la segunda planta  se disponen dos amplios salones y grandes lámparas de lágrimas. Sus altas paredes, decoradas con falso azulejo portugués y escenas idílicas de la vida rural de la región central, envuelven en un  aire decadente a los comensales. La mejor expresión de esa Lisboa recóndita se encarnó en la triste figura decimonónica del bigotudo y silencioso camarero que nos sirvió. Después de pasear por el Chiado y el Barrio Alto, inundado de turistas como tú, bajo un sol de castigo del que escapamos un rato en el frescor de la iglesia de San Roque, frente al recargado altar barroco y bajo la mirada extrañamente idea de una Santa Isabel inspirada en alguna Diana cazadora, nos dispusimos para coger el autobús en Pombal y llegar con unas horas de antelación a la Terminal 2 del aeropuerto, la antigua, del que debía partir el avión a las diez y veinte.
     Más cayó la tarde y llegó la noche. Colas interminables de viajeros de verano, masificación y pocos asientos en un espacio reducido y muy vigilado. Cruzas pasillos desangelados hasta la zona de embarque para sufrir el chequeo del equipaje y mostrar ante el vigilante la inofensiva carga de tu maleta. Industriosa parafernalia de la sacrosanta seguridad colectiva a la que has de someterte para conseguir un estrecho asiento en una cabina abarrotada. Tiempo de espera para el que vas preparado, son muchas horas ya las vividas en estos no lugares que todos quieren dejar como un trámite imprescindible hasta el destino. La espera se alarga más de lo previsto, no hay explicación alguna sobre el retraso, partirá en una hora, anuncia el abrumado trabajador de la dichosa compañía ante una masa de viajeros que ni siquiera manifiesta educadamente su insatisfacción. Se anuncia por megafonía que el vuelo partirá a las doce. No fue así. Nuevo plan, los pasajeros seremos distribuidos por hoteles para coger un vuelo a las nueve de la mañana siguiente, a las diez después...Trasladados en dos autobuses de pista hasta la Terminal 1 a la una de la madrugada. El grupo cercano a las doscientas personas sigue los pasos de una azafata de tierra por las largas instalaciones de la nueva terminal. No hay preguntas, no hay protestas, el camino se hace largo. Entiendes como puede dirigirse a una masa contra sí misma, si recurres a motivaciones individuales. La teoría de la bala mágica disparada hacia el sueño vacacional. Soportas un cólico y la descomposición que te aflige te lo hace interminable. El verde moriturus de tu rostro reflejado en los escaparates de las tiendas de moda de la moderna terminal durante la marcha procelosa, detrás de la guía, lo atestigua. Denigrantes escenas de asaltos a los autobuses de recogida en un quítate tú para ponerme yo. Pasan las dos de la madrugada cuando aún hacemos cola ante la recepción de un hotel impersonal de la zona de Ordelas para que nos sea adjudicada la habitación imprevista. Breve descanso para desayunar a las seis y media porque vendrán de nuevo a recogernos una hora después. El autobús no llegó a tiempo y se impuso el taxi. Tras sufrir una musiquilla machacona durante tres cuartos de hora ubicados en los exiguos asientos de la aeronave que no sólo golpea tus oídos sino que resuena en la poca dignidad de pasajero que te resta, se inicia el despegue. Probablemente sea la última vez que coges un vuelo en estas condiciones. Pasada la hora del almuerzo llegas al pequeño aeropuerto Joao Paulo II. Los viajeros caminan por la pista hasta la terminal que más parece una amplia estación de autobuses. Los reencuentros familiares en el retorno vacacional es lo más señalado. Un día más tarde de lo previsto, un largo retraso, un problema añadido, una nueva espera porque la empresa encargada del traslado al hotel tampoco aparece. Bien, estás de viaje, has llegado a Sao Miguel, pronto descansarás en el hotel del destino final. Sé optimista, has llegado aquí por placer y por afán de goce. Olvida los contratiempos del transporte y disponte a conocer la isla verde. Los sinsabores del turista forman parte de esta industria de quimeras.       
                            ...….........................................................
  
     ¿Serás capaz de acercarte a lo que llaman la insularidad, quedarán rasgos palpables de la endogamia propia de sus habitantes? Sí que has comprobado ya un rasgo común a las poblaciones  isleñas: la parsimoniosa calma con que se desenvuelven.

    La gran fachada del hotel, con arqueadas terrazas frente a la bocana del puerto, construida según los modos ochenteros para un turismo pseudocontemplativo, con vistas al mar, confirma la falsedad de las imágenes publicitarias que habías  visto en la red. En recepción te ofrecen la habitación reservada, que está en un lateral, si quieres una frontal has de pagar un extra de doce euros al día. Empezamos mal. Desde la habitación adjudicada también se ve el mar y los picos montañosos del interior. No vienes a quedarte en la terraza contemplativa. En la habitación, muebles ampulosos y una sufrida  moqueta tradicional, base de tantos restos corporales reñidos con la higiene. Bañera ajada con agarradera para la tercera edad y la luz de un tubo fluorescente sobre el espejo a la que habrás de sobreponerte cada mañana para convencerte de que la imagen que te devuelve no es real. Convencerte de que no es real el color verdoso de tu cara, de que las bolsas que cuelgan de tus párpados no pueden ser tan exageradas, convencerte en fin de que la grisura de tu cuerpo es una alucinación óptica propia de esta isla volcánica. Quizás sean efectos sulfurosos de sus aguas. En la primera mañana bajas al restaurante con vistas, prometiéndote un delicioso pequenho almorço con la  calidad de los productos naturales micaelenses, pero el bufé, dispuesto bajo una pomposa lámpara de prismas de acetato no cumple las expectativas. La excelente fruta, propia de esta reserva agrícola, parece adquirida en un supermercado de gran cadena. El té verde es autóctono, Gorreana, O chá das Açores, suave y de un aroma delicado, merece la pena. Es el único lugar de Europa en el que se cultiva y a su fábrica, activa desde 1883, acudiremos de visita previsible y circuitada. Pero ¡ay dolor! las tacitas para desayuno son tan pequeñas que has de acudir una y otra vez a llenarlas de agua caliente. Bien, cuestiones nimias, no vayas a hundirte en el desánimo. No observes demasiado a los huéspedes en su mayoría mayores rebelados contra su condición, empeñados en vivir lo que en sus años mozos no pudieron, disfrazados de jóvenes deportistas con suntuosos complementos incorporados. Llegará la noche, la cama es grande y digna, pero ¡oh sorpresa! todo el sistema de refrigeración del edificio se ubica encima de la habitación adjudicada, está en la última planta. Bien, intentas conciliar el sueño e ignorar el pertinaz zumbido. Cuando ya los has conseguido, los llantos de un par de lastimeros canes ejercerán de gallos cada madrugada, puntualmente a las cinco menos diez. Así, mal dormido, empiezas la jornada de turista....
                                 …..................................................
    
    En el traslado desde el aeropuerto habíamos convenido un recorrido regular por el centro de la isla con la operadora turística que, por carambolas de su ineficacia, conseguimos hacer a solas en una furgoneta con Miguel, el mejor guía de la isla según otros compañeros. Durante las siete horas compartidas no dejó de responder a todas las preguntas y de ofrecernos cualquier información esforzándose en la vocalización más ortodoxa del portugués continental, aunque los matices de pronunciación francesa del habla micaelense escapaban en su prolijas disertaciones sobre su querida isla. Desde la formación geológica de la mayor isla del archipiélago, de su origen volcánico, de su extensión y de sus medios de vida hasta las romerías tradicionales de agradecimiento por la supervivencia de la última erupción volcánica allá por 1522. Fue un privilegio contar con alguien que ama su tierra y que cumple dignamente su trabajo.
     Dejamos las calles desiertas de Ponta Delgada para acercarnos al norte, a Ribeira Grande, la tercera ciudad en importancia de la isla. Con su presencia violeta, los plantones de hortensias delimitan los prados y las huertas en sustitución de los linderos de piedra de otras latitudes, marcan las cunetas y acentúan la diversidad de verdes en este cuidado jardín en medio del Atlántico. Jardín, bosques, vacas que pacen felices según pregonan los escasos carteles publicitarios de la isla, para dar la mejor leche. Vacas dispersas por los prados y en las escarpadas lomas, ordeñadas in situ, rumiantes pacíficas en idílicas asambleas entre cercados de hortensias. Como Aerovacas era conocida entre los paisanos la primera pista de aterrizaje del archipiélago, “porque había que retirarlas cuando llegaban los aviones”. Humor azoriano. Un acueducto del XVIII y un sistema de riegos paralelo a la ribeira que da nombre a la villa caracterizan este enclave. Una visita añadida a una tienda de licores típicos nos da una idea del la estética popular en sus botellines de mil sabores y baja calidad. Los jinetes de la fiesta del Santo Cristo, las damas del capote y los míticos cazadores de ballena en miniaturas de cerámica y vidrio para reforzar la oferta al incipiente turismo.
    Merecen la pena los contratiempos del viaje para gozar en esta mañana del aire limpio y de los cielos trepidantes de luces que enmarcan una geografía única, engendrada a golpe de erupciones en  cráteres o caldeiras que hoy acunan lagos de esplendorosa belleza. Quizás el más fascinante sea O Lagoa do fogo, que te confirma que la experiencia directa de la naturaleza no puede ser traducida en píxeles. Silencio, viento, aromas de lavanda, humedad gris. Hubo suerte en la elección del día, las nieblas, que frecuentemente impiden la visión de este lago azul en el centro de la isla, no aparecieron. Y dejando al este la sierra de Água de Pau, volvimos a la costa sur hasta La Caloura para hacer una parada en el Miradouro do Pisao antiguo lugar de avistamiento para la caza de ballenas para imaginar el monótono trabajo de los avistadores prestos a dar aviso de su  paso. De ahí  hasta Vila Franca do Campo, la segunda ciudad micaelense y primera capital, abandonada y repoblada tras la última erupción del siglo XVII.  
     Los parajes de subida hasta  O Lagoa das Furnas, un lago de aguas amarillas en la zona este por la cantidad de azufre de su lecho ya anuncian la actividad volcánica con hilillos de vapor que emanan desde los terrenos aledaños. La estampa de una capilla neogótica en la ribera oeste, Nuestra Señora de la Victoria, erigida por el terrateniente José do Cantos en 1886 y en la que están enterrados su esposa y él mismo, aporta un toque disneyliano al paisaje de esta caldera. Curioso personaje este don José, poseedor de la colección más importante de la obra de Camoens, industrial y agrónomo, titular y propietario del importante Jardín Botánico de  Ponta Delgada con un pasado digno de ser novelado por sus contradicciones ideológicas y sociales. Una  vez cumplido el rito previo de la asistencia a la extracción de las ollas, y su transporte comunitario ante el coro de turistas de rigor  se impuso la insólita pitanza.
     Solo después de degustar el sabor único del Cozido das Furnas, en el restaurante Tony's o en cualquier otro del pueblo, entenderás la teluria de un subsuelo en permanente actividad por su condición fronteriza entre las tres grandes placas tectónicas del hemisferio norte. Gallina, ternera, cerdo, chorizo, morcilla, tocino, patata, inhame, repollo, col y zanahoria constituyen los ingredientes que, enterrados en altas hoyas de cincuenta litros o panelas  durante seis horas en las calderas de la orilla este del lago adquieren un regusto sulfúrico inolvidable al paladar. Para la digestión de tan calórico plato nada mejor que ir catando las aguas sulfúricas, ferruginosas o gaseadas de los más de veintes caños ubicados alrededor de los géiseres en la misma localidad. Géiseres y calderas nominados con los múltiples nombres del Maligno, desde la más caliente, la de Pêro Botelho a la de Asmodeus para recordar la influencia del amenazante infierno concebido por la iglesia católica allá en las entrañas de la Tierra.
    La visita al jardín botánico Terra Nostra  con sus más de doscientos años y plantas de todos los continentes, aclimatadas a la benignidad del clima oceánico, fue otra ocasión más de disfrute en la exuberancia de su vegetación irrigada por lagunas de aguas volcánicas. Un estanque de agua sulfurosa a 37ºC abierto al baño ante la mansión del siglo XVIII erigida por el primer cónsul de EE.UU. en el archipiélago, deparó una agradable sorpresa. Mr. Hickling no eligió mal su residencia de verano.
     Más allá de las frases de rigor con la recepcionista del hotel, la elección de los platos en los restaurantes o la petición de información en la oficina de turismo, poco puedes contactar con la población autóctona y en este caso no solo por la barrera del idioma, en una sociedad en la que el inglés es lengua vehicular y que no acabas de conocer. La población micaelense es bastante cerrada con el turista y sin caer en tópicos, algo queda del desprecio hacia los españoles en el imaginario azoriano. En la guerra de sucesión al trono portugués sucedida en 1583 entre Antonio I de Portugal y Felipe II de España, tras una larga batalla, Álvaro de Bazán, desembarcó en Vila Franca do Campo y ahorcó a ocho centenares de franceses y portugueses. En una cultura cerrada, los agravios históricos ayudan a cimentar la cohesión y sobre los mitos patrioteros se tejen las identidades. “Antes morrer livres que vivir sujeitos” es el lema del escudo de esta región ultraperiférica de UE y sobre esa idealización puede explicarse la supuesta inquina a lo español. ¿Qué tenemos que ver los ciudadanos del presente con las atrocidades cometidas por las clases dominantes del pasado? Lo notas ya en la oficina de turismo del aeropuerto, cuando el tono amable del informador cambia al hablar con otro compañero de dos españoles que no han sido recogidos, cuando en la delegación de Ponta Delgada solo uno de los cuatro empleados habla español, cuando un guía de los avistamientos no continua con su explicación detallada cuando pregunta por tu nacionalidad...Los prejuicios siguen incrustados en la mentalidad global. 
     Intentas captar las diferencias en las costumbres, en el aspecto físico, en los modos de vestir en las maneras de relacionarse, en lo aparente, por supuesto. Concluyes que el aislamiento de los isleños ha marcado cierta endogamia y que un tipo humano predominante, lo que antes se diría fenotipos o unos rasgos físicos, son mayoritarios. Así, los hombres suelen ser enjutos, de piel morena mate, con narices rectilíneas y voluminosas y ojos pequeños, mientras que en las mujeres de todas las edades, la obesidad y los dientes superiores sobresalientes son rasgos comunes.
     El gusto por hacer pic-nic  y barbacoas en los numerosos merenderos o merendarios es un hábito muy extendido por toda la isla. En todos estos recintos abiertos  aprovechando un manantial cercano o unas vistas privilegiadas, ves en los días festivos a las familias reunidas en torno al yantar y la botella de vino en la consciencia del disfrute de un medio natural que compense la lejanía y el aislamiento.
                               …....................…..................................
   
     Muy temprano me despertaron los ladridos y llantos de la pareja de perros de la azotea cercana. La amenaza de lluvia había ennegrecido el último cielo de la noche y en la conciencia volaban trastornados pájaros negros de una fecha de julio marcada a fuego en el tapiz de la memoria. La lluvia no dejó de caer durante el desayuno y nos acompañó en el primer tramo del recorrido hasta Feteiras, una localidad incrustada en una estrecha ribeira, de huertos cuidados y casitas con portales de influencia inglesa. Tomamos el autobús de la línea regular que, cumpliendo su función de servicio hace parada en todas las freguesías; el trayecto es largo pero a cambio da posibilidad de observar los modos de los paisanos en sus desplazamientos rutinarios desde la capital; isleños pobres de ropa ajada y mirada triste en su mayor parte. Los macizos de hortensias ya nos son habituales en cada curva. Al salir de Candelaria, la lluvia cesó y entre el océano y la costa, un arcoiris completo fue un signo de tránsito a la esperanza para el sacro compromiso de apurar la vida desde una ausencia.
     En el ascenso desde Ginetes hasta el cráter de Sete Cidades, la caldera más extensa del archipiélago,  la orografía se vuelve adusta y el bosque atlántico se impone majestuoso. A pesar de su pomposo nombre no se aprecia un núcleo central en la modesta freguesía que se extiende en largas calles de viviendas aisladas y silencios rotos momentáneamente por los ladridos de aviso de los perros guardianes. Volvió a acompañarnos la lluvia en las riberas del Lagoa Azul y del Lagoa Verde como las lágrimas míticas de la leyenda del último encuentro de amor entre la princesa y su amante que tiñeron de nostalgia. La melancólica mañana nos acompañó en el largo paseo por sus riberas encajonadas en las altas paredes cubiertas de bosques de laurisilva y de manchas de prados con las sempiternas vacas, en pacentes asambleas o en solitarias meditaciones bovinas, que triplican la escasa población de uno de los paisajes más impactantes. Un almuerzo pobre de bufet libre fue la excepción por la mala calidad de la oferta en una mesa compartida en uno de los pocos restaurantes de la zona. Lágrimas contenidas y un instante de acritud no ayudaron a olvidar el pobre yantar de esa jornada de claroscuros en el cielo y en los adentros.  
     ¿Cómo no cumplir con la referencia gastronómica? No se viaja para comer pero sin  duda la comida forma parte del descubrimiento del viaje. Y si la cocina portuguesa es simple y basada en productos de calidad, la cocina azoriana acentúa su carácter en la riqueza de la producción autóctona, en el sabor de la vaca feliz, en la diversidad del pescado, en la elaboración de los postres donde cabe señalar la intensidad de la piña propia, idea del prócer Do Cantos o en los más sesenta tipos de quesos... De todos los establecimientos gastronómicos de Ponta Delgada, repetimos la cena en uno, el  restaurante Sao Pedro, el mejor bacalao que he probado en mi vida, con una elaboración que llega a la emoción si no has desesperado por la tardanza del servicio, más que tardanza, mimo y ritmo isleños, mientras degustas un blanco original de tierras volcánicas de la isla de Pico en un ambiente de decoración provinciana con intentos figurativos posmodernos. No es barato pero merecieron las esperas en las dos visitas. Mención obligada en esta crónica requiere el restaurante Tronqueira en la Villa del Nordeste, la sorpresa del concelho  más pobre y cuidado que nos deparó el tercer recorrido por la costa más abrupta y menos desarrollada de la isla.
                         …..........................................................
    
     Más de dos horas y media dura el trayecto desde Ponta Delgada en autobús regular  que recorre  ochenta kilómetros de entradas y salidas por las riberas de altos bosques, con tramos de carretera de una sola dirección donde los vehículos han de guardar el paso, para llegar al Nordeste como es conocido unos de los pueblos más coquetos de la isla. El cenador de la plaza principal, el puente de Los siete arcos o la iglesia matriz fueron los únicos lugares que pudimos visitar por la duración del  viaje. Iglesias barrocas de poco interés, con imágenes de una ingenuidad rayana en el ridículo. Pomposas flores de plástico en torno a las peanas de los santos patrones. Iglesias, signos evidentes de la arraigada liturgia católica en la cultura azoriana, espacios idóneos para el descanso del mediodía. La vista de la costa más agreste, de las profundas hondonadas, de las escarpadas paredes de las que cuelgan viviendas de acceso difícil y las abundantes cascadas de aguas cristalinas, compensaron el tiempo de la larga sentada de la ruta. Pero en el paisanaje aprecias señales del subdesarrollo que no imaginas si no has hecho del autocar tu mirador de gentes. Descuido en el aseo, mujeres jóvenes obesas con la dentadura descuidada, ancianos con ropas raídas y la mayor proliferación de niños y adultos con taras mentales que al menos en ese día bajaron y subieron del desvencijado autobús de línea. Llama la atención la pobreza de algunas freguesías, especialmente la que te escupe en la cara en Fenais da Ajuda. Quizás sea la zona menos  conocida y la naturaleza mejor conservada. Si te remites a la contrariedad manifiesta del empleado de la oficina de turismo de la capital ante el interés por usar el transporte público para conocerla puedas encontrar la causa. Viajar para enriquecerse y para ver algunas aristas de la poliédrica realidad ajena en  el parco tiempo del turista más allá de los circuitos designados por la industria de masa de la que eres parte. Si intentas impregnarte de cualquier detalle, si olvidas prejuicios e incomodidades, el viaje sigue acrecentando el interés.
                                ….........................................................

    Con las tres cuartas partes de la isla recorridas nada mejor que adentrarse ocho millas en el océano para tener una visión diferente de la isla desde un barco dedicado al avistamiento de cetáceos. El paseo más barato y el barco más marinero, con capacidad para cincuenta pasajeros perteneciente a la familia Da Costa, el Moby Dick Tours, fue la opción elegida y resultó satisfactoria. Delfines pintados y de cuello de botella acompañan a la embarcación cuando hace círculos para provocar olas en las aguas tranquilas de la mañana. Energía desbordante y elegancia en sus saltos. Un tiburón martillo también ofreció el tenebroso perfil de su aleta unos minutos. La imponente visión de cuatro grandes cachalotes hembras y sus dos crías, llega tras un tiempo indeciso de cambios de rumbo hacia las zonas de posibles avistamientos. El inmenso lomo gris de estos animales que pueden llegar a medir dieciocho metros y alcanzar las cuarenta toneladas, impone en sus lentos movimientos. La solemne inmersión con un golpe de cola hacia las profundidades en busca de su alimento es inolvidable. Un golpe con el que Melville fue mucho más allá en su metafórica visión del mal encarnado en el enemigo blanco del capitán Ahab. Bendita literatura.   
     Vuelves al puerto en la última jornada micaelense con el anuncio del final del viaje en el ánimo. Tiempo de mirar atrás, a lo vivido, a lo enfrentado con lo real, a lo aprendido en la convivencia en ese tiempo acotado frente a lo cotidiano de los que viajan juntos. Desde la llegada con un día de retraso a este momento de comida silenciosa frente a la bahía, te preguntas cuánto has podido captar de la idiosincrasia de esta ciudad atlántica y de esta isla privilegiada. Revives sensaciones, el penetrante olor sulfuroso de las furnas, el sabor ferruginoso de las fuentes, el tacto de papel de la corteza de la melaleuca importada desde Australia al jardín botánico de don José do Cantos, los descubrimientos de plantas, los bosques de bambú chino o tailandés, los helechos arborescentes, tantos paisajes verdes en la memoria de tu retina, los paseos por sus aceras de mosaicos marinos, las noches de música al aire libre en la plaza del Concelho a la luz azul del arcángel, los sones de la agrupación musical micaelense en su edulcorada versión de The Wall, los rasgueos de guitarra y la potente voz de un grupo de rock al día siguiente en la misma plaza ante un público hierático y silente, las omnipresentes hortensias de sus laderas, la sobrecogedora belleza de sus calderas...Y vives en el afán en las búsquedas.
                                …......................................................
   
     Un sueño inquieto condicionó el corto descanso de la última noche. A las 5:30 debían recogernos para el traslado al aeropuerto y una vez más, la agencia operadora incumplió su compromiso. Llamadas telefónicas a teléfonos desatendidos, negociación con el conductor de otro autobús media hora más tarde. Vuelta a la precipitación para el chequeo del embarque y para el pase indigno por los detectores absurdos de los aeropuertos.
      El vuelo salió puntualmente, casi un caso exótico. Hacinamiento en las estrecheces del avión y pronto queda atrás el perfil de la isla verde. Llevo mal el trato indigno a los pasajeros, las miradas inquisidoras de los vigilantes del orden y la sensación de ser mercancía de traslado masivo por los aires.
       De la funcional Terminal 1 del aeropuerto de Lisboa a la decadencia de La Estación Intermodal de Oriente hay poca distancia pero demasiada brecha social. Ni veinte años lleva en funcionamiento esta obra de Santiago Calatrava, como muestra clara de la anti arquitectura basada en la mentira y en lo inútil. La pobreza empleada en los materiales, la degradación de sus instalaciones en solo dieciocho años y la falta de comodidades hablan con claridad de la aportación de este personaje a la obra pública. Estructuras grandilocuentes signos de un tiempo periclitado antes de la crisis. Un breve paseo por el infrautilizado Parque de las Naciones de la última exposición universal del siglo XX y un miserable aperitivo en el centro comercial Vasco de Gama para calmar el hambre, antes de  la incómoda espera del autobús de vuelta. Un centro comercial al que acude la población del cinturón de pobreza de los barrios circundantes para hacer del consumo la meta, para llenar la andorga con comida basura y seguir comprando. Lejos, muy lejos la Lisboa misteriosa y admirada de esta periferia deprimente.
    El autobús hasta Sevilla, proceden de O Porto  llega con retraso. La estresada conductora, española cercana a la sesentena, con un pasado de camionera, se presenta a los pasajeros como Ms. Maribel en un jocoso spanglish. A lo largo del viaje no dejará de hacer comentarios macerados en el supuesto gracejo andaluz y no parará de hablar con un compañero conductor que viaja a escondidas de la empresa y  ha de refugiarse en la cámara del vehículo cuando haga paradas oficiales. Maribel maneja con soltura el vehículo y con impudor hace gala de su experiencia profesional con el variopinto conjunto de pasajeros. Jóvenes mochileros, una pareja de turistas coreanos, un par de ingleses octogenarios y otros tipos diversos conforman un grupo dispar que completa un marginado de mediana edad. Gorra de la selección portuguesa de fútbol, pulseras de cuero hasta los codos, mazorcas de llaves en la cintura y al cuello, bolsas y bolsos de manos. Ha estado recogiendo colillas para distraer la espera y al subir al autobús, tras mantener su primera discusión con Maribel por la vigencia del billete ha inundado el vehículo con un insoportable olor a suciedad y  a orines. A lo largo del trayecto tarareará con descompás,  hará sonar una trompetilla, emitirá ronquidos estentóreos y reclamará la atención con cualquier exabrupto. La Iberia bizarra y cruel en su esplendor viajero. El empeño en el transporte público más popular no deja de alumbrar la pluralidad de tus semejantes en nuestra compleja sociedad global.
    A las diez de la noche, la conductora anunció el destino final. En Sevilla la noche  no era muy calurosa y un viento de levante persistía extrañamente. Las Azores, jardín del Atlántico, seguirán generando leyendas sin ser el fin del mundo ni de las palabras a pesar de Raúl Brandao.

                                            
                                                                  Sevilla, 15 de agosto de 2016


No hay comentarios:

Publicar un comentario